Bald darauf
sollte an dem Hofe des Königs drei
Tage lang ein großes Fest gefeiert
werden, und das ganze Land ward dazu eingeladen.
»Nun will ich das letzte versuchen«,
dachte das Mädchen, und als der Abend
kam, ging es zu dem Stein, unter dem es
seine Schätze vergraben hatte. Sie
holte das Kleid mit den goldnen Sonnen hervor,
legte es an und schmückte sich mit
den Edelsteinen. Ihre Haare, die sie unter
einem Tuch verborgen hatte, band sie auf,
und sie fielen in langen Locken an ihr herab.
So ging sie nach der Stadt und ward in der
Dunkelheit von niemand bemerkt. Als sie
in den hell erleuchteten Saal trat, wichen
alle voll Verwunderung zurück, aber
niemand wusste, wer sie war. Der Königssohn
ging ihr entgegen, doch er erkannte sie
nicht. Er führte sie zum Tanz und war
so entzückt über ihre Schönheit,
dass er an die andere Braut gar nicht mehr
dachte. Als das Fest vorüber war, verschwand
sie im Gedränge und eilte vor Tagesanbruch
in das Dorf, wo sie ihr Hirtenkleid wieder
anlegte.
Am andern Abend nahm sie das Kleid mit den
silbernen Monden heraus und steckte einen
Halbmond von Edelsteinen in ihre Haare.
Als sie auf dem Fest sich zeigte, wendeten
sich alle Augen nach ihr, aber der Königssohn
eilte ihr entgegen, und, ganz voll Liebe
erfüllt, tanzte er mit ihr allein und
blickte keine andere mehr an. Ehe sie wegging,
musste sie ihm versprechen, den letzten
Abend nochmals zum Fest zu kommen.
Se anunció
para muy pronto una gran fiesta en palacio;
debía durar tres días, y a ella
fueron invitados todos los súbditos
del rey.
-Haré el último intento-, pensó
la muchacha; y, cuando llegó la primera
noche, levantó la piedra bajo la cual
guardaba sus tesoros, sacó el vestido
de los soles de oro, se lo puso y se atavió
con las piedras preciosas. Soltándose
la cabellera que ocultaba bajo un pañuelo,
se desprendieron largos y magníficos
bucles. Entonces se encaminó a la ciudad,
y, como era noche cerrada, nadie la observó.
Al penetrar en la sala, espléndidamente
iluminada, todos los presentes le dejaron
paso asombrados, sin que nadie la reconociera.
El hijo del rey salió a recibirla,
pero no la reconoció.
Bailó con ella y quedó tan prendado
de su hermosura, que ni por un momento se
acordó de su otra novia.
Al terminar la fiesta, desapareció
la muchacha entre la multitud y, antes el
amanecer, regresó al pueblo, donde
se vistió nuevamente de pastora.
A la noche siguiente se puso el vestido de
las lunas de plata y se adornó el cabello
con una diadema de brillantes. Al presentarse
en palacio, todas las miradas se concentraron
en ella. El príncipe, embargado de
amor, corrió a saludarla, bailó
toda la noche con ella y no hizo caso de ninguna
otra.
Antes de marcharse, la obligó a prometerle
que la tercera noche no faltaría a
la fiesta.